CON EL ALMA HERIDA
En
circunstancias normales, llenar espacio con escritos sobre politiqueo no
pasa de ser un entretenimiento sin más trascendencia que la que le
otorguen quienes se sientan afectados, beneficiados o perjudicados, en
la imagen que quieren dar para configurar la escena de su cotidiano
teatro, siempre dispuestos a la caza y captura del mirlo blanco que
sirva de reclamo a sus confusos intereses. Parece
contradictorio que se exprese en estos términos quien se entretiene,
quizás con más frecuencia de la debida, en aporrear el teclado para
completar unas columnas que, de cien veces, noventa y nueve son una
extravagante estupidez y la centésima una estupidez extravagante,
aunque su manifiesta inutilidad no lo moverá de la palestra, empeñado
en dejar constancia de nuestra existencia como ciudadanos frente a esos
intereses confusos que nos pretenden colar –y lo consiguen- por sus múltiples
y variopintas puertas falsas. Si
en circunstancias normales uno tiene semejante concepto, con el alma
herida por acontecimientos empapados de dolor, de tragedia y de
injusticia más me parece que llenar espacios con
escritos sobre politiqueo es una frivolidad indecente. Porque
quienes dan vida a ese circo de vanidades, en un mundo virtual que se
afanan en modelar a su medida,
no merecen un milisegundo de nuestro pensamiento. Hoy,
nuestro pensamiento está en la sencillez de esos mofletes sonrojados,
de la melena rubia, del encanto de la sonrisa escondida, de la discreta
simpatía de nuestra amiga Carmencica, la hija de Pedro el Forestal. La
que meneaba la cabeza cuando, estando frente a mi en el coro, yo hacía
el gesto de girar una manivela para dar fuelle a las tiples -obligadas
por la solfa a sostener cuatro redondas ligadas en el Kirie- para que no
les faltara el aire; ese aire que sí le ha faltado a ella en su última
nota, exhalando su alma hacia Dios por la misma boca que tantas veces a
Dios cantara, sin que en su compartida misa funeral pudiera siquiera
resonar su eco imaginario en las voces prestadas de sus sentidos y litúrgicamente
silenciados compañeros de coro. Frente
a la falsa apariencia de este mundo que estamos destruyendo, en el que
la única verdad es que todo lo hacemos mentira, la triste realidad
incontestable de la pérdida, con los tintes de tragedia que imprime el
increíble golpeo repetitivo de la desgracia bajo el mismo techo, de
otra buena persona que para nosotros tiene cuerpo, nombre, cara, melena,
mofletes, sonrisa y alma, aunque para otros no pase de ser, como los demás,
una nota estadística en un expediente archivado. Heridos
en el alma, fundidos en un abrazo con quienes más sienten tu ausencia,
con el sentimiento de nuestros corazones encogidos y un enorme beso de
despedida, sólo tu, Carmen, mereces ocupar nuestro pensamiento. La Noria - Noviembre 2003 |
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