CIEN NORIAS, CIEN Cien números de La Noria dejan huella y hacen camino. La huella de lo recorrido y la vista puesta en el horizonte, ese horizonte que “se nos aparece próximo, invitándonos a alcanzarlo, pero al acercarnos se nos aleja, para que nunca muera en nosotros la inquietud del siguiente paso”, en palabras de un Director de la Fundación SEK. Cien números de La Noria nos llevan a esas alturas de Witzman que, si las hemos ganado, sólo nos sirven de escalón para seguir adelante. Seguramente no soy el más indicado para hablar de este tema, pues, si bien estuve en el equipo fundador, también es muy cierto que he venido ejerciendo de Guadiana, apareciendo y desapareciendo de sus páginas “según como el viento manda”, que diría el Felipe de la Revoltosa. Sirva de alegación que mi paranoico –y puñetero- empeño de remar contracorriente me produce tales agotamientos mentales que no tengo más remedio que tomarme periodos de refresco para recuperarme. Cosas de la edad. No es menos cierto que estos mutis han obedecido, esencialmente, al convencimiento de que mi discurso era –y es- mera predicación en el desierto, aunque mi condición de animal tropezador impenitente en la misma piedra me haya hecho reincidente por olvidadizo. A pesar de algunas opiniones en contra, en este periódico siempre ha escrito quien ha querido, exponiendo sus opiniones con absoluta libertad y sin más limitación que el respeto a las personas y las buenas formas. Si el idioma castellano es tan rico que permite decir la misma cosa de mil maneras, ¿por qué no elegir la más elegante?. En los primeros tiempos, después de cada número, nos reuníamos el “consejo de redacción” para hacer balance de su contenido y aceptación. Siempre salían los comentarios de “a mí me ha dicho uno”, “pues a mí me ha comentado otro”, etc., y, al final, todo quedaba en lo mismo: cada número era distinto al anterior y tenía sus entusiastas y detractores. Lo mejor para no agradar a nadie es querer contentar a todos. Que después de cien números se siga agotando la edición no es mala señal. Quien se queja, a veces, de que le falta contenido, tiene las puertas abiertas para “rellenar” el espacio hueco. Quien no está de acuerdo con alguna opinión que en ella se vierte, tiene espacio a su disposición para expresar la suya contraria. Que esta Noria esté más o menos viva depende de la aportación de todos y cada uno de los que integramos la comunidad que se llama Abarán y, sin duda, la mejor manera de conocer su valor real será esperar a que falte. Este periódico no está hecho por periodistas, ni en el fondo ni en la forma editorial. Los que osamos aventurarnos en el terreno de la crítica no pretendemos hacer un análisis documentado de los acontecimientos. Lo que escribimos no es más que el reflejo de lo que cada momento nos sugiere, desde el punto de vista de cada uno, que es muy libre de expresarlo con toda la libertad y el debido respeto. Queda, sin embargo, mucho hielo por romper, para que nadie sienta temor a dejar oír su voz y, sobre todo, para que todos sepamos escuchar esas voces sin sentirnos heridos por sus sonidos. Pero llegar a ese punto sería tanto como coger el horizonte con nuestras manos. En este periódico se echa de menos la participación de más gente joven, a la que serviría de cauce ideal para plantear sus inquietudes. Quizás se retraigan porque ven en los que estamos más o menos metidos en él a una colección de carrozas, por más que a nosotros todavía nos parezca que estamos en la adolescencia, cuando algunos disfrutamos del medio siglo pasado –quiero decir transcurrido- y otros rozan la sexagésima decena. Pueden estar seguros de una cosa: nada nos gustaría más que ser desplazados por una nueva oleada de eufóricos participantes. Para algunos –tal es mi caso- se abre una nueva etapa. Nos hemos pasado mucho tiempo criticando a los que mandaban, apuntados a una causa perdida, y no hay nada peor que apuntarte a una causa perdida y ganarla –miento, sí lo hay: apuntarte a dos y acertar ambas-, porque te quedas como el que se tragó el cazo, con la boca abierta y pensando ¿y ahora qué hago yo?. ¿Y si recopilara todos mis Cuartos Pesaos y Cangilones Indiscretos en un libro?. Lo malo va a ser encontrar todas las fotos, pues las tenía archivadas en una pila por orden cronológico de depósito, pero las he revuelto varias veces y vete a saber dónde queda cada una al día de hoy. Si esto no fuera posible, si puedo prometer y prometo que los “colgaré” todos en mi “website” www.pedrogarcia.net o, si quieren entrar directamente, www.trajinantes.net. En fin, como recopilar es cosa del pasado y para que no haya duda de mi nuevo talante, he decidido dejar de meterme en política –me refiero a lo que aquí tenemos el atrevimiento de llamar política-, retirarme a la vida contemplativa y dejar de sopear donde no me importa. Capaz soy, pues dejé de fumar hace dieciocho años -y me fumaba cuatro paquetes de negro al día- sin pastillas ni chicles ni agujas ni curas de sueño. Es cuestión de autodisciplina.
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