|
QUIJOTES SUBVERSIVOS Estamos asistiendo a un episodio alucinante, por no decir psicodélico, de la historia contemporánea del mundo y, lógica y lamentablemente, de España. A una situación provocada por la inevitable sublevación de una parte de la ciudadanía frente a la nueva y vieja política del “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”; a lo que en otros tiempos llamose “poder absolutista”, término políticamente incorrecto ahora que todo está envuelto en el manto de la democracia, bajo el cual, y tras el humo de la libertad de todos a ejercer nuestros derechos, esconden algunos el olvido de sus obligaciones. Dado por descontado que todos estamos por la Paz, entrar en la polémica de Guerra No/Guerra Sí no viene al caso de estas líneas ni aportaría nada nuevo. Y esta disyuntiva no trata de la guerra en general, sino de esta mal llamada guerra, la que ahora invade las tierras que Dios, nuestro Dios, eligió para establecer su Paraíso; a la que tantos decimos abiertamente No. No, porque como cualquier guerra es una barbarie. No, por las verdaderas razones que la han desatado y que distan mucho de las que nos pretenden vender. No, por la postura oficial de España, como si fuésemos la tercera potencia mundial, cuando semejante pretensión sólo puede responder a delirios de grandeza. Proclaman los que mandan que los que decimos No a la Guerra no estamos por la Paz, sino contra el Gobierno y las estructuras del Estado. ¿Es pecado, acaso, estar contra el Gobierno?. Si el Gobierno hace algo que no nos gusta, ¿es obligatorio aplaudirle?. ¿Es, quizás, el Gobierno incontestable?. O, lo que es más grave, ¿es el Gobierno el Estado?. La más clamorosa consecuencia de su postura es que han levantado la liebre, si es que hacía falta levantarla más, y a los ciudadanos nos ha dado un “ataque de ciudadanía” que difícilmente podrán curarnos. Dejar que los políticos hagan política ya es historia, y esto incluye a la llamada oposición, que todos son barcos de la misma flota. La presencia de estos oportunistas coyunturales la aprovechan los que otrora lo fueron para descalificar nuestro sentimiento. Pero no pueden, porque muchos, como yo, votamos al PP y ahora no hacemos otra cosa que exigir responsabilidades por la malversación de nuestros votos. Explicar por qué adoptamos esta postura puede ser tan complicado e inútil como tratar de razonar por qué es hermosa la Primavera, a pesar de las alergias. Además, sería una presunción por mi parte pretender dar más luz que la aportada por personajes tan sospechosos de integrar una confabulación como el Juez Garzón, Pastor Ridruejo, Pedrojota o Raúl del Pozo y una osadía irreverente codearme doctrinalmente con Su Santidad Juan Pablo II, que no se limita a rezar por la Paz, sino que ha condenado expresamente esta guerra y a sus patrocinadores, sutil detalle éste del Papa que da lugar a que un Vía Crucis por la Paz sólo sirva a los católicos para cubrir la mitad del expediente. Incluso
el más entrañable personaje de nuestra literatura nos ofrece su
testimonio. Narra D. Miguel de Cervantes cómo Sancho Panza,
presintiendo la inminente muerte de su amigo, el Ingenioso Hidalgo, le
pide: “Deme vuesa merced algún consejo, alguna frase que yo pueda
retener mientras viva en mi avellanado caletre”. Desde la altura
de su Rocinante flaco, D. Quijote le contesta: “De todas las cosas,
Sancho amigo, Sancho hermano, la libertad es el don más grande que
contemplaran los siglos; por la libertad merece la pena vivir, por la
libertad merece la pena dar la vida. Darla, Sancho amigo, Sancho
hermano, darla y no quitarla”. El enloquecido Alonso Quijano luchaba contra gigantes que no eran más que inofensivos molinos de viento. Los nuestros, en cambio, sí son gigantes, enormes gigantes y no precisamente con pies de barro, sino sólidamente afianzados y alimentados por tremendos intereses que no escatiman esfuerzo ni presupuesto para mantenerlos erguidos contra vientos y tempestades. Ni siquiera el recuerdo de David con su honda nos permite albergar esperanzas. Sabemos que no podemos ganar la batalla desde nuestras posiciones; la tenemos perdida, tan perdida como perdida tendrá la guerra “la coalición contra el eje del mal” cuando sus huestes desfilen triunfantes entre las ruinas humeantes de Bagdad. Tenemos que rendirnos a la evidencia, pero no podemos rendir la plaza. Si luchamos perderemos; si no luchamos estaremos perdidos. Jamás nos dedicarán una leyenda en el friso de un opulento Arco de la Victoria, pero nuestros corazones, anacrónicamente románticos, latirán enchidos de orgullo cuando junto a nuestras tumbas un alma generosa escriba el epitafio de las Termópilas: “Caminante, ve y di a Esparta que sus hijos han muerto por defender sus leyes”. Por eso podemos perder, pero no nos pueden ganar. La historia siempre se repite. Pedro García - Mayo 2003
|